martes, 10 de noviembre de 2009

UN DIA FUI CIGÜEÑA


Levante mis ojos y desde mi cuna, forjada de ramas secas y restos de algo… de cualquier cosa que mi madre encontrara para preparar mi esperado nacimiento, descubrí el mundo.
Sentí frío y esa fue mi primera sensación, decidí que el frío no me gustaba y empecé a mover mis alas húmedas en una desesperación que me llevo a descubrir mi segunda sensación, el miedo; ¿Dónde estaba? ¿Qué era yo? ¿Nadie iba a explicarme? Pero… si, ahí estaba ella, era grande, espléndida y me estaba mirando a mí.
Y mi tercera sensación, la ternura.
Ella fue la que me contó, la que me dio la seguridad para seguir, la que me enseño amar y la que me ayudo a encontrar el significado exacto de la palabra “madre”.
Me llamo pequeña Cigüeña y me descubrió el cielo de color azul e inmenso y la tierra calida y lejana.
Me alimento, me arropo en las duras noches invernales, me preparo día a día para comprender al mundo, a tener respeto al hombre y también a temerle.
Yo era muy curioso y no paraba de preguntar; ella desde su altura inmensa bajaba su pico para rozar mi cuello e intentar dar respuesta a todas mis dudas. Reía mis ocurrencias y reñía mis travesuras y todo ello con tranquilidad, con dulzura, con amor.
Me enseño también a ser capaz de valorar el olor del roció al amanecer, a saborear la frescura de la lluvia, a apreciar los calidos rayos del sol. Me enseño a querer y a ser querido.
Y cuando llego el gran día, me enseño a volar. A desplegar mis alas al viento, a sentir su roce en mis plumas, a planear en el silencio de ese inmenso e interminable cielo azul. Me enseño a compartirlo con otras aves, ese era mi espacio y ese otro el de ellas.
Me enseño a alimentarme por mi mismo, era importante coger de la naturaleza solo lo que necesitaba así dispondría de ese alimento siempre que tuviera hambre.
Y crecí, llego el momento y me convertí en una gran cigüeña. Ahora era yo el que miraba a mi madre desde las alturas y yo el que bajaba mi pico para rozar su cuello.
Pero mi madre no me enseño a afrontar la muerte, ni me contó que un día ella se iría para siempre. Y que en ese momento debía empezar a ser una sola unidad.
Aprender a afrontar la vida yo solo, pero sabía que no iba a ser capaz; la soledad que sentía sin mi madre, la falta de su cariño, de sus consejos, su tierna mirada…
Llore y volví a sentir miedo y frío; un frío que cortaba mi respiración que ahogaba mis sentimientos y oprimía mi pequeño corazón hasta el limite de lo imposible.
Y dormí esa noche entre recuerdos y lagrimas.
Al salir el sol baje a tierra, había tomado una decisión: ¡no volvería a volar! No quería ser cigüeña sin ella, seria un animal de tierra, olvidaría mis alas y mi cielo; ¡lo había decidido! solo alzaría mis ojos hacia arriba para recordarla a ella, volando en esa inmensidad azul, esa espléndida y tierna figura haciéndole sombra al sol con su belleza.
Ese cielo que siempre me había protegido y embargado de libertad, por primera vez parecía derrumbarse sobre mi; asfixiándome, agotando mi energía, cegando mis ojos en una oscuridad abierta al día.
Busque un rincón en la tierra para formar en el mi nueva casa; un lugar triste, sombrío y húmedo. Acurruque mi cuerpo en el y deje que el agotamiento y el llanto me sumergiera en el sueño.
Dormí durante mucho tiempo; al despertar, el sol calentaba mis plumas y ya había secado las gotas del roció; mire hacia arriba para conmemorar el recuerdo de mi madre y me levante. Mi cuerpo andaba torpe sobre la tierra pero mi decisión de no volver a volar era irrevocable, así que decidido ha vivir mi vida terrestre, recogí ramas secas y demás cosas útiles para hacer mas acogedor y caliente mi nido.
Me sentía orgulloso de mi trabajo y a lo lejos divise una plantación de arroz; ¡ummm que hambre! Abrí mis alas dispuesto a alzar el vuelo y… casi eche a volar. Pero no, recogí mis alas y permanecí fiel a mi promesa.
Resulto agotador andar durante tanto tiempo pero la recompensa fue satisfactoria, comí lo necesario y acostumbré mis piernas a lo que a partir de ahora seria mi único medio de desplazamiento. Alargué mi viaje de regreso absorbiendo esa rara belleza de la tierra que la diferenciaba del cielo. Me iba a costar mucho acostumbrarme a su humedad. A esa intensa y dura maleza con la que debía luchar para poder hacer mi camino con mis delgadas piernas.
Pero poco me importaba, mi tiempo en el aire, irónicamente, había volado.
Llego de nuevo la noche y a continuación el día; fueron pasando uno tras otro, en el aburrimiento, en la monotonía, en esta larga agonía a la que yo mismo me había condenado, hasta que esa mañana algo cambio…
Al despertar lave mis ojos con gotas de rocío y en ese mismo momento, en ese mismo lugar al levantar mis ojos pude acariciar su sonrisa con mi mirada.
Era un pequeño animal de tierra que mi madre llamaba persona; era pequeña, su pelo rizado y oscuro como la corteza de un árbol y un pequeño lazo rojo adornaba su cabeza. Estaba arrodillada en frente de mi, me observaba con muchísima atención y con sus deditos intentaba tocarme.
No sentí miedo, la verdad no sentí nada. Deje mi cabeza reposar sobre mi buche y cerré los ojos, ¡se cansaría y se iría! Pero no se canso, al rato sentí sus dedos sobre mi cabeza, muy despacio los pasaba una y otra vez, me sentí muy extraño; aquella sensación me estaba gustando e intentaba luchar para que no fuera así, me recordaba a las caricias que mi madre me daba con su pico.
Ella me miraba fijamente y reía, parecía querer hablar pero solo emitía unos ligueros sonidos; balbuceos que no parecían tener ningún significado pero que despertaron mi interés.
Estuvo mucho rato así, acariciando mi cabeza, sonriendo y mirándome pero se fue.
Un día, dos, tres… cada mañana al abrir mis ojos estaba allí; me había acostumbrado tanto ha esa pequeña persona que ya no podría despertar sin su sonrisa, así que en día cuando ella se iba, inconscientemente me levante y ande detrás de ella.
Giraba su pequeña cabeza para comprobar que la estaba siguiendo y se reía. Corría y saltaba y yo intentaba imitarla. Su sonrisa paso a ser carcajada y ese juego de saltos y correrías se convirtió en un pequeño espacio de tiempo que me permitió recuperar la felicidad.
Una mañana entre juego y juego, sin darme cuenta llegue hasta su casa. Era una casa muy grande, blanca y en la puerta, de pie, esperándola, había otro animal de tierra. Era igualita que mi pequeña amiga pero mucho mas grande, la alzo entre sus brazos y la beso. Era su madre.
Se agacho, acaricio mi cabeza y me invito a entrar en casa. En un rincón, al lado del calor de una chimenea, coloco una cesta de mimbre y un viejo cojín, un cuenco con agua y otro con migas de pan mojadas en leche; ¡estaba delante de mi nuevo nido!
Sin darme cuenta había cambiado mi húmedo y frío lecho por uno caliente y seco, por una encantadora niña que jugaba conmigo y algo parecido a una mama que colmaba mis necesidades.
Con el tiempo y el paso de los años conseguí olvidarme por completo del cielo y de mis alas; era feliz en esa casa y con mi amiga.
Ella había crecido desmesuradamente, ya no jugaba conmigo como antes y pasaba mucho tiempo fuera de casa, pero todas las noches me cogia entre sus brazos y me hablaba, me contaba como había ido su día y me prometía que pasara lo que pasara yo siempre seria su amigo especial.
¡Su amigo especial! Yo vivía para ese momento, por sentir el calor de su cuerpo contra el mío, de oír su dulce voz y el tacto de sus manos sobre mi cabeza. Me gustaba ver sus ojos fijos en los míos… me gustaba ella.
Por primera vez en mi vida empecé a descubrir otra sensación, la sensación del amor. Y al cerrar mis ojos deseaba ser persona por ella, convertir mis alas en manos para poder sentir su piel, quería dejar de tener pico para rozar sus labios.
Pobre cigüeña loca, vivir con humanos había trastocado mis instintos animales y me había vuelto medio humano.
Pero ¿Qué podía hacer? Seguir soñando y seguir esperando a que llegara la noche para sentirla de nuevo cerca.
Una noche empecé a sentirme mal, mis piernas no soportaban mi peso y mi cabeza estallaba de dolor; me costaba respirar y mantener los ojos abiertos.
Ella me tenia entre su regazo y lloraba; podía sentir la humedad de sus lagrimas sobre mis alas. Vino un señor que estuvo mirándome y termino clavándome una aguja en mi cuerpo, la miro a ella y el rozo la mejilla secando una de sus lágrimas; luego se fue.
Ella no me soltó de sus brazos en toda la noche, se sentó en el sofá que había al lado de la ventana y los dos miramos hacia el cielo oscuro de la noche, estaba repleto de estrellas y de repente, sin previo aviso, una se movió. Mi amiga me contó que era una estrella fugaz y que debíamos pedir un deseo, cualquier cosa, esa estrella iba a concedernos ese deseo. Ella cerro los ojos y pidió por mi, yo no cerré lo ojos, yo los mantuve abiertos mientras le pedía la estrella que me permitiera dejar de ser cigüeña para ser hombre.
Ella estaba convencida de que nuestros deseos se iban hacer realidad y en parte así fue. Se quedo dormida, el cansancio de su llanto y la noche la sumergió en su sueño yo me acurruque todo lo que pude en su regazo para aprovechar ese momento y me dormí también.
Y al despertar su deseo se cumplió, mi dolor de cabeza había desaparecido y mis patitas ya eran capaces de mantenerme en pie. Mi respiración todavía se entrecortaba pero no era de enfermedad, eran suspiros de amor. Mi deseo no se cumplió seguía siendo cigüeña.
Siguieron pasando los años y yo seguí enamorado de mi amiga, ella cada vez estaba menos en casa y muy a menudo venia a buscarla un amigo, se la veía muy feliz y cada noche cuando me acurrucaba entre sus brazos, me lo contaba.
Iba a casarse con aquel chico, me contó que se compraría un vestido blanco muy largo y muy bonito, que llenaría la casa de flores, que sonaría la música y todos bailarían… y que yo seria su invitado especial.
Me prometió de nuevo que seguiría siendo su mejor amigo y que pronto jugaría a saltar con sus niños. Quería tener tres, una niña y dos niños. Me contó tantas cosas y de una manera tan acelerada que mi pequeño cerebro no fue capaz de retenerlo todo.
Era muy feliz y yo me conformaba con eso, hacia tiempo que tenia claro que el deseo que aquella noche le pedí a la estrella no se iba cumplir.
Fui uno de los primeros en ver aquel esplendido vestido blanco, estaba preciosa con el, era imposible dejar de mirarla, parecía una princesa; la princesa de su propia cuento de hadas, un cuento en que por supuesto la cigüeña no se convertiría en príncipe. Ella estaba eufórica, mañana seria el gran día y tenia muchas cosas que hacer.
Yo me recosté en mi cesta y me limite a verla ir de un lado a otro en tal estado de nerviosismo que conseguía hacerme sonreír. Me gustaba verla así, feliz, ilusionada, enamorada… aunque yo no fuera su príncipe.
Esa noche volvió a acurrucarme entre sus brazos, volvió a acariciar mi cabecita, volvió a mirarme y yo volví a aprovechar ese momento como si fuera nuestro ultimo momento.
Al irse ella a dormir me dirigí a aquella ventana y asome mi pequeña cabeza a esa noche estrellada, quede mi mirada fija en el horizonte esperando que apareciera de nuevo mi estrella fugaz.
Estaba enfadado, muy enfadado con mi estrella, se estaba acabando mi tiempo y no me había concedido mi deseo, mi sueño de amor se desvanecía y aunque intentaba luchar por no obsesionarme con esa ultima noche, seguía deseando ser hombre solo un minuto, un segundo, el tiempo necesario para rozar con mis labios su piel.
La desesperación de ese momento me condujo al llanto, empecé a sentir como mi corazón aceleraba sus latidos ahogando mi dolor en su propia agonía y sentí frío, mis lagrimas estaban mojando mi piel y mis manos acariciaban mis hombros intentando sosegar mi propia ansiedad… pero mis lagrimas, mi piel, mis manos… ¿Dónde estaba mi pico y mis plumas y mis alas?
Ya no era una cigüeña, mi estrella, mi deseo… era un hombre.
Ande torpemente hasta su habitación, dormía tranquilamente y me enamore de ella un poco mas al verla. Quite de delante su cara un mechón de pelo y roce su mejilla con mis labios. Su piel era suave, su olor invadió mi cuerpo y despertó otra emoción en mi vida. Quise retener ese momento para toda la vida aun sabiendo que estaba a punto de acabar, así que como ella había hecho tantas veces conmigo la acurruque en mi regazo sintiendo su cuerpo al mío y cerré los ojos.
Ella me despertó, se extrañaba de encontrarme en su habitación pero no se molesto. Me miro fijamente y me contó que había tenido un sueño, que soñó que mi pico rozo su piel pero sintió unos labios, que soñó en mis alas acariciaron su piel pero parecían brazos, me contó que aquella noche le pidió a su estrella fugaz por mi convertido en hombre o por ella siendo cigüeña y aunque sabía que eso nunca podía pasar esa noche soñó con ello.
Seco con su mano la lágrima que caía por su rostro al recordar y sonriendo rozo mi cabeza y dijo:
“Pequeña cigüeña pase lo que pase prometo que siempre serás mi amigo especial”

CRISTAL

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