lunes, 9 de noviembre de 2009

¡SI PUDIERA TOCAR UNA NUBE!


¡Si pudiera tocar una nube!

Ese fue mi único pensamiento durante el vuelo. Con mi cabeza apoyada sobre el cristal observaba como las nubes se iban alejando del avión.
Con mis dedos intentaba atravesar la ventanilla para poder alcanzar la suavidad de su textura. Mis labios torneaban su comisura en una ligera sonrisa, mientras mi corazón suspiraba la ausencia de mis deseos.
¡Si pudiera tocar una nube!
Una voz me despertó de mi ensueño anunciando la llegada del avión a su destino. Me despedí de mis nubes y volví a vivir la realidad. Entre empujones, mal humor y prisas conseguí salir del avión, tras una espera de veinte interminables minutos, pude recoger mi maleta y dirigirme al aparcamiento del aeropuerto, donde un pequeño coche de alquiler me estaba esperando. Siempre me ha gustado conducir y en esa ocasión eran cuatrocientos kilómetros los que me separaban de mi destino. No era un tiempo perdido para mi, esas cuatro o cinco horas de camino me iban a permitir relajar mis ideas e intentar aclarar los sentimientos que me habían llevado a vivir esa aventura.
Buscaba la soledad, la tranquilidad y el olor a campo. En mi maleta tan solo un par de pantalones cortos, unos vaqueros, camisetas, ropa interior, un par de libros y este cuaderno.
Iban a ser ocho días de meditación, donde esperaba encontrar mi propio interior, ese “yo” que había perdido hacia tanto tiempo.
¿Cuántas veces me había prometido a mi misma no volver a llorar? Como siempre ya estaba faltando a mi promesa y dejaba que una diminuta lágrima brotara de mi ojo izquierdo para morir en mi mejilla.
Era inútil seguir luchando contra mis sentimientos. Inconscientemente pensé en él, en ese amor perfecto del que estaba huyendo y que me había hundido de nuevo en la desesperación. Quería dejar de creer en el amor, construir una coraza perfecta a mi corazón. Protegerme de esos sentimientos extraños que siempre me conducían a mi propio fracaso, pero esta vez toda iba a ser diferente. No había amor.
Sentía el viento en mi cara, el ruido exterior del coche se mezclaba con el sonido de mi radio y a pesar de todo, mis pensamientos conseguían sobrevivir a la belleza de los paisajes que iba dejando detrás de mí.
Nunca debimos permitir que ese juego se nos escapara de las manos. Nuestra relación era perfecta, creí hallar al hombre ideal y ahora debo reconocer que no fui justa. Por su carácter decidí que él era una persona fría y calculadora. Alguien capaz de controlar su corazón, sin sentimientos. Una persona capaz de no enamorarse, a la que yo no haría daño y de la que no necesitaba defenderme. No debí haber sido tan cruel; que él no me abriera sus sentimientos no significaba que no los tuviera, pero mi egoísmo me hacia sentir así; injusta.
Como aquel Sábado por la noche; en esos momentos no necesitaba un niño con el que jugar, necesitaba a un hombre capaz de negarse a mis caprichos; alguien con personalidad propia a la que yo no pudiera manejar y destrozar.
Decidí ponerle aprueba, así que le deje una nota en las escaleras de su casa:
“Si quieres dormir hasta tarde y prepararme el desayuno, ven.
Te espero
Pdta.: si decides venir toca un par de veces el timbre te esperare dormida.”
¡O no quería dormir hasta tarde o no quería prepararme el desayuno! No, realmente hizo lo que yo esperaba… no acceder a mi capricho.
Él era el hombre que yo buscaba. Lo vi todo tan claro, si alguien no te da lo que quieres, nunca te pedirá nada. En fin, era perfecto, con él lo tenia todo; cariño, ternura, sexo y nada. Por primera vez en mi vida ¡NADA!
Un contrato perfecto para dos personas que no esperan nada; que no quieren dar nada. Yo era feliz; tenia ese tiempo de libertad que no existe en una relación formal, mis amigos, mis sábados noche, mi casa… todo aquello que siempre había desaparecido cuando el amor despertaba en mi vida.
¿Qué pensaba él? Muchas veces estuve tentada a pedírselo pero nunca tuve el valor suficiente, así que los dos dejamos que el tiempo pasara y que nuestros encuentros nocturnos acostumbraran nuestras vidas.
Estaba empezando a oscurecer, me sentía cansada así que desvié mi coche de la autopista y busque un pequeño hostal de pueblo. Cene algo y me metí en la cama. No podía dormir y el silencio de la habitación dañaba mis oídos. Cerré mis ojos con fuerza, deseando absorber el sueño, pero mi corazón me conducía a los recuerdos de esas noches que nos convertía en amantes; aliados en besos y caricias que en un sobrecogedor calor extasiaba a ambos y a la par nos permitía, en tal corto espacio de tiempo, eternizar el ocaso de nuestra unión mas allá del infinito. Sin pedirnos nada, ofreciéndolo todo y aceptando el regalo que mutuamente nos hacíamos con cada movimiento.
No había eternidad para nosotros sin el calor de nuestras miradas, ni tan siquiera un instante que pudiera olvidar el tiempo. No había secretos, ni tan siquiera un sueño que pudiera superar esos momentos.
Pero las noches se acababan y durante el día solo compartíamos mal humor, reproches, rabia, odio… Posiblemente fuera el miedo a descubrir que además de amantes podíamos ¿ser amigos?
Ya amaneció, debí conseguir quedarme dormida pero un fuerte dolor de cabeza me estaba destrozando. Me vestí, desayune y recorrí los escasos kilómetros que me separaban de ese olor a campo.
Era un pequeño pueblo rural de casas viejas y gentes cansadas. Deje la maleta en la casita donde me iba a hospedar y recorrí las ruas del pueblo; la Iglesia era excesivamente grande en proporción al pueblo, pero realmente preciosa, sus puertas estaban abiertas; entre y me senté en uno de sus bancos.
Y nuestras vidas continuaron, ¿Cuánto? Tal vez un año. El tiempo pasó demasiado rápido y nuestro secreto de noches compartidas continuaba riéndose del amor.
¡Cómo pudimos ser tan estupidos! Nadie puede reírse del amor, nadie puede sobrevivir a el, ¿por qué iba a ser yo esa persona especial que lo consiguiera?
Estoy cansada de recordar, de intentar encontrar una explicación lógica a algo que no lo tiene… ¿de que intentábamos huir? ¿De nosotros mismos?
No es necesario seguir alargando esta agonía de recuerdos, el final de esta historia estaba sentenciado desde un principio:
“- Te quiero”
Nunca antes le había visto llorar, ni había sentido su cuerpo temblar entre mis brazos de aquella manera.
Con su mano derecha retiro el cabello de mi cara, acaricio mi mejilla tiernamente y me beso.
Un beso eterno y cálido que nos llevo a conjugar nuestros cuerpos en uno solo. Por primera vez no fue solo sexo. Hicimos el amor.
Me abrazo, me beso en la frente y a continuación se durmió. Me resultaba imposible dormir, mis pensamientos se aglomeraban en mi cabeza, ¿Qué había hecho?
Había roto nuestra promesa, “nada de amor”, “ni un solo te quiero”. En ese minuto de debilidad había acabado con una amistad, con una historia cargada de tiempo y felicidad; un contrato perfecto.
Sentía sus brazos sujetándome fuertemente, su cuerpo desnudo rozando el mió, su respiración fuerte y acompasada y su corazón como siempre latiendo apresuradamente.
Entonces llore yo, esa era nuestra última noche.
La humedad de mis lágrimas mojaban su hombro, yo no podía permitir que él me viera llorar, que descubriera la debilidad de mis sentimientos… me aleje de él, pero él me volvió a abrazar; beso mi cara y me dijo: “yo también te quiero”.
El tampoco podía dormir. Me sentía cómoda entre sus brazos que parecía que el tiempo se había detenido en ese momento.
Pronunció mi nombre:
- ¿qué? – le conteste.
- Nada – agrego él.
- Lo siento, nunca debí…- pero él no me dejo acabar mi frase.
- ¿Nunca debiste decirme la verdad? Somos amigos ¿no?
Amigos, amantes… ni nosotros mismos sabíamos ya lo que éramos.
- No lo sé- conteste
- ¿Qué vamos hacer ahora?- me pregunto.
Solo podíamos hacer una cosa, lo acordado desde un principio, respetar nuestra libertad.
Los dos sabíamos que el amor no era perfecto, el amor es el principio de todos los problemas, “yo te he dicho”, “tu me has dicho”, “llegas tarde”, “de donde vienes”, “prefieres a tus amigos, “eres un egoísta”, “me duele la cabeza”. Problemas que nunca habían existido entre los dos hasta ese momento.
- solo podemos hacer una cosa – conteste finalmente.
Volvió a abrazarme por última vez, a rozar con su mano mi mejilla; se levanto de la cama, se vistió y sin mirar atrás, antes de salir de la habitación me dijo: “adiós”.
Por primera vez desde que empezamos esta aventura no se quedo conmigo el resto de la noche. ¿Y dicen que el amor no cambia nada?
Llore con todas mis fuerzas, con desesperación, con rabia. No tenia fuerzas para luchar ni por, ni contra el amor; así que decidí emprender este viaje para empezar a olvidar.
¡Qué bonita es esta Iglesia, pero que frío hace en ella!
Me hubiera gustado rezarle una oración a ese Cristo, pero mi mente se negaba a recordarla. Si pudiera recuperar mi corazón tan rápidamente como mi libertad, todo seria más fácil.
Me arrodille y le pedí a mi Dios que me ayudara a comprender, que me ayudara a tomar una decisión o que me ayudara a olvidar pero… dentro de mí solo se repetía una palabra:
- “Te odio”
La grite con todas mis fuerzas, permitiendo que el eco me la recordara continuamente. Cerré los ojos y desee y del interior de esas paredes viejas y húmedas de la Iglesia, una voz me contesto:
- “Si, yo también te quiero”.


CRISTAL

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