miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL NIÑO JESUS EN EL TEMPLO


"El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.
Cuando tenía doce años, sus padres subieron a Jerusalén, como tenían costumbre, por Pascua. Al regresar, sin que sus padres lo advirtieran, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén.
José y María, pensando que su hijo andaba por algún lugar de la caravana, efectuaron una jornada de marcha sin inquietarse, junto a sus parientes y amigos. Cuando se apercibieron de su ausencia, regresaron a Jerusalén para buscarle.
A cabo de tres días de amarga incertidumbre le hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores que le interrogaban y escuchaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Los padres estaban maravillados de lo que veían. No obstante, María se lamentó:
“¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo andábamos apenados buscándote”
Respondió el Niño:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”
Ellos no comprendieron lo que Jesús quería decir.
Regresaron los tres a Nazaret, donde el Niño les estuvo sujeto y María conservaba lo ocurrido en su corazón.
Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres.”


Perdonar mi ignorancia ante la vida pues mi pensar ante tal historia no es más que un cumulo de barbaridades que supuestamente me condenaran al pecado eterno.
Pero como condenada estoy y si esto es pecar pienso seguir pecando; rozare unos minutos más el límite de la tontería, sacando conclusiones absurdas de comentarios, como no, absurdos.
Estaba yo una tarde en mi obligada acción como madre de atender las ilógicas necesidades religiosas de mi hija; ilógicas pues su única y real necesidad era la de lucir un precioso vestido blanco, disfrutar de una magnífica fiesta y acarrear con una cantidad innecesaria de regalos, que por supuesto forma, todo ello, parte de una sociedad… nuestra sociedad. Pero bueno no pienso con ello encontrar escusa, pues voluntariamente acudí a mis clases de catequesis con la intención de morder mi lengua (aunque con ello solo consiguiera envenenarme a mi misma) y reprimir esas ideas contra producentes para mi hija y su Primera Comunión.
Leí La Santa Biblia con catorce años y ante la ignorancia de una niña de esa edad no debí captar la magia de sus palabras o no consiguieron turbar mi mente sus historias, pues cuando leí el Génesis, si… la historia esa de Adán y Eva, en la que una serpiente que moraba en un manzano le ofreció a la indefensa y desnuda Eva la gran tentación y en la que ella sin dudar cayo, arrastrando en esa caída a su compañero (que no marido, pues no estaban casados) cometiendo así el pecado original (vamos pegarle un mordisco a una manzana, lo que hacemos hoy diariamente cualquiera de nosotros). Pues así empezó mi primera clase de catequesis en el Génesis; pero no quiero contaros esa historia, ni la de del gran diluvio, ni la de Abraham… todo tiene su momento y este es el momento de un niño, el Niño Jesús.
Si, si… el Niño Jesús y en mayúsculas, no osen ustedes usar su nombre en vano que sin dudar serán compañeros míos en el infierno.
Así tal como pudieron leer al principio, nos relato la Hermana o Monja (como el lector prefiera) esa pequeña parte de la biblia (perdonen mi ignorancia pero no sé si usar la palabra “parábola” sea la adecuada). Éramos cuatro madres atentas a tal historia, prestando nuestra atención detenidamente pues no duden que al acabar de leerla nuestra Hermana aseguraba con sus preguntas que su lectura hubiera sido escuchada. Bien señores, silencio al finalizar y un suspiro en mi pecho. Me propuse contar hasta diez, volver a suspirar y seguir manteniendo el silencio.
Pero callar al diablo es bastante difícil y más después de la reflexión de nuestra querida Hermana: “Dense cuenta de la gran inteligencia y la gran supremacía de nuestro Señor, que con tan solo doce años sabía lo que debía hacer y cómo debía actuar demostrando así su gran madurez, y enseño así a José y a María que él era algo más que un niño y que sus obligaciones estaban mas allá de lo que ellos pudieran imaginar.”
¡Y una mierda! Si, tal como suena ¡UNA MIERDA! Un niño de doce años, caprichoso y mal criado que hizo sufrir innecesariamente a sus padres durante tres días y que cuando estos entre tal desesperación le hallaron y le pidieron explicación tubo todavía la desfachatez de echarles en cara que ellos no eran sus verdaderos padres.
¿Pues quien le había dado de comer todos estos años? ¿Quién se había preocupado que su ropa estuviera limpia y sus necesidades cubiertas? ¿De quién había recibido el cariño y el amor verdadero? ¿De Dios, su Padre y Señor? ¿Y donde estuvo Dios estos últimos doce años?
Perdónenme pero ese Niño Jesús fue merecedor en ese momento de un tortazo y un tremendo castigo y por supuesto no fue su aptitud ni su contestación una muestra de su madurez infantil, si no una falta de respeto para aquellos que hasta ahora habían depositado en él todo su cariño y amor.
Y así en la Santa Biblia leemos esos sentimientos en María:
“Regresaron los tres a Nazaret, donde el Niño les estuvo sujeto y María conservaba lo ocurrido en su corazón.”
Por supuesto que María lo conservo en su corazón, pues ella supo dar a ese Niño Jesús, su amor desde un primer momento, enfrentándose (según esa misma Santa Biblia) a ser apedreada por el pueblo ya que quedose embarazada fuera del matrimonio. Y no habla la Biblia de los sentimientos de José, sentimientos de un padre que acepto a un hijo que no era suyo pero educo y amo como tal.
¿Madurez nuestro Niño Jesús? ¿Sensatez? ¿Compresión hacia sus supuestos padres? ¿Amor por ellos? No justifiquemos el comportamiento normal de un niño de doce años, como algo supremo e inteligente, no queramos rozar la tontería o santificar y alabar una historia pues no olviden que uno de nuestros vecinos puede ser niño adoptado o niño de padres divorciados, puede ser niño, que una mañana por cualquier motivo decida emprender su propia aventura y desaparecer tres días y que seguramente cuando sea hallado eche en cara a sus padres que le hubieran buscado e incluso encontrado.
Sencillamente un niño de doce años que no merece ser alabado si no castigado.
Quiero creer que entienden que esta reflexión no es más que rozar el límite de la tontería pero que indiscutiblemente (según algunos) me conducirá a la eternidad de las llamas infernales, pues que venga a mi ese castigo pues de el aprenderé que eso Dios que nos creo libres convierte en esclavas a nuestras mentes.

CRISTAL

Pdta.: Están invitados a visitar el infierno conmigo.

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