“¿Puedes contestar a mi pregunta? Creo que no. Creo que nadie puede creer en la amistad por que esta no existe.
En mi vida han pasado “supuestas amistades” y todas ellas me han decepcionado y por supuesto yo también, en su momento a ellas.
Somos tontos al creer que podemos confiar plenamente en alguien, ilusos de la vida al pretender formar parte desinteresada de alguien. Esperanzados idiotas al esperar que esa persona esté ahí cuando la necesitas. Ridículo por nuestra parte pretender estar ahí cuando sea él el que nos necesite”.
Así piensa una eternamente amiga mía.
Conocí a alguien que creyó encontrar a ese amigo, el de verdad, el que siempre está ahí. Casi sin conocerse sabían el uno del otro, casi sin verse podían leer sus ojos. Compartían muchas cosas en común, posiblemente demasiadas, y esa fue la causa de que esa amiga mía creyera ciegamente en él.
Ella nunca conoció a nadie que la comprendiera de esa manera, que percibiera su dolor, que no la juzgara por sus ideas e incluso que la ayudara a fortalecer sus sueños.
El fue el único capaz de intuir porque motivo temblaban sus manos al leer ese escrito, el único en vislumbrar el dolor que existían en su interior.
Ella creía en el, de tal manera que se dejo, por unos instantes, abarcar por las sensaciones que él le proponía. Era tanta su confianza en él, que dejo su personalidad a un lado para intentar ser como él pretendía.
Pero no, mi amiga no pudo luchar contra ella misma sin ganar. Aceptar esa condición que él pretendía era negarse a ella misma y nadie puede negarse a sí mismo.
Mi amiga creyó que eso no era importante, que la amistad que entre ellos había, esa magia inexplicable que les unía en esos escasos momentos, ese cumulo de sentimientos, esa huella que el tiempo había dejado en sus miradas… que toda esa fuerza acumulada podría superar “esa condición”.
Pero mi amiga no era más que una estúpida ilusa y su amigo un inteligente ser que solo jugó con sus sentimientos para conseguir esa condición.
Tristeza, eso es lo que acogió en su seno mi amiga, aflicción, amargura, sinsabor, dolor, pena…
Pero no por ella, si no por él; por esa persona, que en el fondo, no es más que un aventurero que busca condiciones pero que no haya ni hallara nunca la amistad, porque la amistad se cimenta en la libertad de ser y poder ser, de elegir y decidir, de dar y de recibir.
La amistad no entiende de: “necesitaba desaparecer” “alejarme de ti” “pensar”… la amistad no entiende de escusas. La amistad se necesita en ese mismo momento en el que necesitas desaparecer, en el que necesitas pensar, llorar, cerrar los ojos… incluso en el momento en el que ansias estar solo, se necesita la amistad.
Mi amiga se apoya y justifica en esta última fase de su vida para negarse a la amistad. Pero yo estaré allí, para responder sus preguntas, para ayudarla a no desaparecer para hacerla entender que “ese supuesto amigo” solo fue un ser egoísta que buscaba su propia supervivencia en esa falsa amistad.
Yo reforzare la base de sus dudas, de sus sueños, de sus sentimientos. Yo seré esa verdadera amistad.
Yo estaré allí, para llorar con ella para darle esa esperanza que tanto necesita. Yo evitare que sus manos vuelvan a temblar cuando lea ese escrito.
Yo la ayudare a dejar entre renglones de poesías muertas a ese extraño amigo. La ayudare a desentender su propia memoria para acoger el aliento de la verdadera amistad, su verdadero ser, su verdadera existencia; pues su condición es “ser”.
Cristal
En mi vida han pasado “supuestas amistades” y todas ellas me han decepcionado y por supuesto yo también, en su momento a ellas.
Somos tontos al creer que podemos confiar plenamente en alguien, ilusos de la vida al pretender formar parte desinteresada de alguien. Esperanzados idiotas al esperar que esa persona esté ahí cuando la necesitas. Ridículo por nuestra parte pretender estar ahí cuando sea él el que nos necesite”.
Así piensa una eternamente amiga mía.
Conocí a alguien que creyó encontrar a ese amigo, el de verdad, el que siempre está ahí. Casi sin conocerse sabían el uno del otro, casi sin verse podían leer sus ojos. Compartían muchas cosas en común, posiblemente demasiadas, y esa fue la causa de que esa amiga mía creyera ciegamente en él.
Ella nunca conoció a nadie que la comprendiera de esa manera, que percibiera su dolor, que no la juzgara por sus ideas e incluso que la ayudara a fortalecer sus sueños.
El fue el único capaz de intuir porque motivo temblaban sus manos al leer ese escrito, el único en vislumbrar el dolor que existían en su interior.
Ella creía en el, de tal manera que se dejo, por unos instantes, abarcar por las sensaciones que él le proponía. Era tanta su confianza en él, que dejo su personalidad a un lado para intentar ser como él pretendía.
Pero no, mi amiga no pudo luchar contra ella misma sin ganar. Aceptar esa condición que él pretendía era negarse a ella misma y nadie puede negarse a sí mismo.
Mi amiga creyó que eso no era importante, que la amistad que entre ellos había, esa magia inexplicable que les unía en esos escasos momentos, ese cumulo de sentimientos, esa huella que el tiempo había dejado en sus miradas… que toda esa fuerza acumulada podría superar “esa condición”.
Pero mi amiga no era más que una estúpida ilusa y su amigo un inteligente ser que solo jugó con sus sentimientos para conseguir esa condición.
Tristeza, eso es lo que acogió en su seno mi amiga, aflicción, amargura, sinsabor, dolor, pena…
Pero no por ella, si no por él; por esa persona, que en el fondo, no es más que un aventurero que busca condiciones pero que no haya ni hallara nunca la amistad, porque la amistad se cimenta en la libertad de ser y poder ser, de elegir y decidir, de dar y de recibir.
La amistad no entiende de: “necesitaba desaparecer” “alejarme de ti” “pensar”… la amistad no entiende de escusas. La amistad se necesita en ese mismo momento en el que necesitas desaparecer, en el que necesitas pensar, llorar, cerrar los ojos… incluso en el momento en el que ansias estar solo, se necesita la amistad.
Mi amiga se apoya y justifica en esta última fase de su vida para negarse a la amistad. Pero yo estaré allí, para responder sus preguntas, para ayudarla a no desaparecer para hacerla entender que “ese supuesto amigo” solo fue un ser egoísta que buscaba su propia supervivencia en esa falsa amistad.
Yo reforzare la base de sus dudas, de sus sueños, de sus sentimientos. Yo seré esa verdadera amistad.
Yo estaré allí, para llorar con ella para darle esa esperanza que tanto necesita. Yo evitare que sus manos vuelvan a temblar cuando lea ese escrito.
Yo la ayudare a dejar entre renglones de poesías muertas a ese extraño amigo. La ayudare a desentender su propia memoria para acoger el aliento de la verdadera amistad, su verdadero ser, su verdadera existencia; pues su condición es “ser”.
Cristal